DISCURSO DEL SECRETARIO GENERAL DE LA ONU ANTE EL
WORLD AFFAIRS COUNCIL DE LOS ÁNGELES
 
LOS ÁNGELES (CALIFORNIA)
 
martes 2 de diciembre de 2003


Gracias, John [Negroponte], por sus palabras tan amables.
Y gracias a Eli [Broad] y a Larry [King], y a todos ustedes por la calurosa acogida que nos han brindado.

Es para mi esposa Nane y para mí un placer estar aquí en Los Ángeles rodeados de amigos y participar en la celebración del cincuentenario del World Affairs Council.

Durante 50 años han desempeñado ustedes una noble misión. Han invitado a dirigentes, políticos y diplomáticos de este país y de todo el mundo a California, para que puedan hablar con la gente de California sobre problemas mundiales y puedan conocer y absorber las ideas particulares de los californianos.

Para mucha gente en todo el mundo, California representa a los Estados Unidos. California es una tierra de apertura, creatividad, diversidad y confianza en el futuro.

Cada vez que vengo a California me siento renovado y me prometo volver.

Queridos amigos,

Esta noche he decidido hablar de un tema que me es muy caro: la importancia que tienen las Naciones Unidas para el futuro del mundo.

El tema me retrotrae a los 50 años que precedieron a la fundación de las Naciones Unidas en 1945, una época que fue de las más catastróficas y aterradoras de la historia. Dos veces en el curso de una generación el género humano se vio envuelto en una guerra mundial. Ningún continente quedó a salvo. Grandes partes de Europa, Asia y África fueron devastadas.

Después de la primera guerra mundial se estableció la Sociedad de las Naciones, inspirada por el Presidente Wilson para mantener la paz. Pese a haber conseguido auténticos logros en los terrenos económico y social, la Sociedad fracasó. La destruyeron el aislacionismo americano, la actitud de apaciguamiento de los europeos y la desunión de las democracias ante el avance de poderosos Estados militaristas y totalitarios.

Las esperanzas de Woodrow Wilson quedaron últimamente aplastadas con la invasión de Polonia y el ataque de Pearl Harbor. Los horrores se acumularon hasta que llegamos al holocausto y a Hiroshima. Si las cosas hubieran seguido así, el futuro habría sido realmente sombrío.

Por suerte, las cosas no siguieron así. Los aliados victoriosos de la segunda guerra mundial resolvieron construir una organización mundial que fuera un baluarte contra nuevos sufrimientos, que pudiera salvar a las generaciones futuras del flagelo de la guerra.

A la cabeza de esta iniciativa estuvo el Presidente Roosevelt. Franklin D.

Roosevelt extrajo una importante enseñanza del fracaso de la Sociedad de las Naciones. No llegó a la conclusión de que una organización internacional debía fracasar necesariamente. Tampoco pensó que los Estados Unidos debían volver al aislamiento y confiar sólo en su poderío militar.

Por el contrario, decidió que al país le convenía ayudar a establecer una nueva organización internacional suficientemente fuerte y convincente que pudiera contener todo impulso de agresión. Quería una organización en que las grandes Potencias de ese entonces tuvieran una función especial y en la que pudieran ejercer el liderazgo mundial en forma legítima y colectiva.

Muchos grandes estadistas de todo el mundo compartían esa visión que se hizo realidad aquí en California. En San Francisco, en junio de 1945, los representantes de 50 naciones, incluido el Presidente Truman, firmaron la Carta de las Naciones Unidas.

El compromiso de los Estados Unidos con las Naciones Unidas no fue el producto de la política de un partido. La ratificación de la Carta de las Naciones Unidas fue uno de los grandes actos bipartidistas de la historia de los Estados Unidos. El Senado la ratificó por 89 votos contra 2, con el apoyo entusiasta de estadistas republicanos como Arthur Vandenberg y John Foster Dulles.

El sucesor republicano de Truman, el Presidente Eisenhower, apoyaba con igual firmeza a las Naciones Unidas. La propuesta "Átomos para la paz", que hizo a la Asamblea General fue una de las iniciativas con mayor visión de futuro de un estadista moderno y ayudó a contener la rápida expansión de las capacidades de construcción de armas nucleares. Y fue también Eisenhower quien insistió en la primacía de las Naciones Unidas en la crisis de Suez en 1956.

Por lo tanto, desde su creación, las Naciones Unidas llevan la impronta de los Estados Unidos y los dirigentes americanos han considerado a la Organización de importancia vital para la seguridad de este país.

La trayectoria de la Organización dista de ser perfecta. El Consejo de Seguridad, es decir los cinco miembros permanentes y los 10 miembros que rotan, no ha podido evitar atrocidades horribles como el régimen de los Khmers Rouges en Camboya, la depuración étnica en la ex Yugoslavia y el genocidio en Rwanda.

Tampoco pudo evitar muchas guerras coloniales brutales, terribles guerras civiles y varios conflictos internacionales muy sangrientos, en particular en Indochina, Asia meridional, el Oriente Medio y la Región de los Grandes Lagos en África.

Para parafrasear a otro americano, Henry Cabot Lodge, en palabras de que se hizo eco uno de mis predecesores, Dag Hammarskjöld, las Naciones Unidas no llevaron a la humanidad al cielo, pero contribuyeron en mucho a salvarla del infierno.

Pese al equilibrio precario del terror nuclear, que podía haber destruido a toda la humanidad en casi cualquier momento, el mundo entero no se vio envuelto en el conflicto, como había ocurrido dos veces en 30 años.

Las Naciones Unidas ayudaron a enfrentar muchos problemas de seguridad y crearon una instancia de protección contra la posibilidad del holocausto nuclear. Proporcionaron un foro de importancia vital para discutir e intercambiar opiniones, incluso en la crisis de los misiles en Cuba.

También fueron un vehículo de acción contra Corea del Norte y contra el Iraq tras la invasión de Kuwait, para defender la paz y revertir la agresión.

Las Naciones Unidas tuvieron una importancia decisiva para resolver la crisis de rehenes en el Líbano, para poner fin a la guerra entre el Irán y el Iraq, y encarrilar a Kosovo en la vía de una paz a largo plazo.

Los cascos azules de las Naciones Unidas ayudaron a contener conflictos en el Oriente Medio, Kachemira, Chipre, Georgia y otros lugares, conflictos que sin su intervención habrían sido mucho más desestabilizadores.

Las Naciones Unidas llevaron la paz a muchos lugares, concretamente en los últimos 15 años a Camboya, El Salvador, Guatemala, Mozambique, Namibia, Sierra Leona y Timor-Leste.

En muchos conflictos que todavía no están resueltos, gracias a la intervención de las Naciones Unidas se establecieron los principios de una solución, que fueron ampliamente aceptados. El más grave de estos conflictos es el del Oriente Medio, en que las resoluciones 242, 338 y 1397 del Consejo de Seguridad siguen siendo la base aceptada para una solución de dos Estados.

Las Naciones Unidas también han socorrido a millones de personas afectadas por los conflictos, el hambre y las inundaciones.

En el ámbito económico y social, la familia de organizaciones de las Naciones Unidas, incluidos el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio y su predecesora, ayudaron a lograr medio siglo de progreso notable.

La economía mundial no sólo se recuperó de la devastación de 1945, sino que se expandió como nunca lo había hecho. Hubo increíbles adelantos técnicos.

Incluso en el mundo en desarrollo, en que miles de millones todavía viven en una situación de pobreza extrema y degradante, hubo un crecimiento económico espectacular. Se redujo la mortalidad infantil y se propagó la alfabetización.

Se erradicó la viruela. El tráfico aéreo es más seguro. Hemos empezado a revertir el agotamiento de la capa de ozono.

Una carta internacional de derechos, contenida en un cierto número de tratados y mecanismos, acabó siendo indispensable en el combate por proteger y promover los derechos humanos de todos.

Los derechos de la mujer progresaron en muchas partes del mundo, y lo propio sucedió con los de los grupos raciales y étnicos oprimidos.

Los pueblos del mundo en desarrollo se sacudieron el yugo del colonialismo, proceso en el cual las Naciones Unidas desempeñaron un papel esencial. Gracias a ello las Naciones Unidas se han convertido en una institución verdaderamente mundial, y ahora cuentan con 191 Estados Miembros.

Y, desde Sudáfrica hasta el bloque soviético, miles de millones de personas alcanzaron finalmente su libertad política.

Con el tiempo, y debido en gran parte a estos y otros logros, personas de diferentes naciones y culturas acabaron viéndose como asociados potenciales, capaces de intercambiar productos e ideas en beneficio mutuo, y no como sujetos de temor y de sospecha.

Era un mundo cada vez más abierto, donde la constricción imperialista cedía el paso a la expansión económica y a una creciente confianza mutua.

Sobre todo, era un mundo de esperanza.

Este sentimiento de esperanza no era inevitable o automático. Surgió por muchas razones y los Estados Unidos, desde luego, pueden reivindicar gran parte del mérito.

Sin embargo, los éxitos de esta era necesitaron como nunca antes de la cooperación y la interacción entre los gobiernos y los pueblos del mundo. Gran parte de esto se logró por mediación de las Naciones Unidas.

Es más, muchos de los momentos culminantes llegaron cuando los Estados Unidos colaboraron con otros países miembros de las Naciones Unidas para acordar objetivos comunes, y cumplirlos.

Hace solamente tres breves años, los dirigentes del mundo se reunieron en la Sede de las Naciones Unidas en Nueva York y, en la Declaración del Milenio, proclamaron sus objetivos comunes para el nuevo siglo.

Los dirigentes convinieron en que las Naciones Unidas debían participar más activamente, no menos, en la configuración de nuestro futuro común.

Para ellos el nuevo siglo era un desafío y una oportunidad, una era en la que la humanidad podía lograr progresos visibles hacia la paz, la seguridad, el desarme, los derechos humanos, la democracia y el buen gobierno. Se comprometieron a proteger a los débiles y a satisfacer las necesidades especiales de África. Reclamaron un comercio verdaderamente libre y justo.

Se comprometieron con los objetivos de desarrollo del Milenio a fin de que en los 15 años próximos la pobreza extrema y el hambre se reduzcan a la mitad, se consiga la universalidad de la enseñanza primaria, se ponga freno a la propagación del VIH/SIDA, la malaria y otras enfermedades importantes y se reduzca la mortalidad infantil en dos tercios, y la maternal en tres cuartas partes.

Entonces sobrevinieron los horrendos ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en los Estados Unidos, que amenazaron con poner fin a esta nueva era de esperanza y confianza, recién iniciada.

Cuando rendimos homenaje a las víctimas en el Punto Cero, a unos pocos kilómetros de la Sede de las Naciones Unidas, muchos de nosotros vimos que el siglo XXI podía ser muy distinto, más parecido a la primera mitad del siglo XX y aún más peligroso.

Vimos los peligros de un mundo amenazado por extremistas violentos que son difíciles de detectar o detener, y que podrían ganar acceso a armas de una potencia destructiva terrible.

Pero vimos también otros peligros. Temíamos el cierre de las fronteras; que los pueblos viesen de nuevo a los de diferentes religiones o culturas como enemigos potenciales; que las libertades tanto tiempo atesoradas se vieran limitadas o suprimidas; que se detuviera la marcha hacia la democracia y los derechos humanos para todos, o incluso que se invirtiera su rumbo; que la necesidad de resolver litigios e injusticias de larga data desapareciese del mapa, y que las medidas de autodefensa pudieran conducir finalmente, de modo directo o indirecto, a destrucciones aún peores.

Todos los gobiernos del mundo, prácticamente, entendieron enseguida que el mejor modo -quizás el único- de impedir que esto ocurra es hacer frente juntos a la amenaza.

En las Naciones Unidas, los gobiernos expresaron su solidaridad con los Estados Unidos. Reconocieron el derecho de este país a tomar medidas de autodefensa, de conformidad con el Artículo 51 de la Carta. Convinieron en adoptar medidas conjuntas para capturar a los terroristas y someterlos a la justicia, y cortar sus fuentes de financiación. Después de la derrota de los talibanes, las Naciones Unidas tomaron la iniciativa en el proceso de constitución de un gobierno provisional afgano, que obtuvo amplia aceptación.

Casi no hay ejemplos en la Historia de un mundo tan unido como lo estuvo en los meses posteriores a los ataques del 11 de septiembre, y unido con América.

Pero, ¡cuán distante parece ahora este momento de unidad!

Hoy día vemos nuevas divisiones. Vemos disputas entre la coalición que intervino en el Iraq y los muchos gobiernos que se opusieron a esta acción.

Vemos demasiados equívocos innecesarios entre algunos miembros del mundo islámico y otros del Occidente.

Vemos también divisiones entre el Norte y el Sur por el fracaso de las conversaciones comerciales mundiales en Cancún, que no cumplieron las promesas de la Ronda de Doha dedicada al desarrollo.

Los gobiernos y los medios de comunicación de diversos países han empezado a intercambiar insultos. Las naciones hacen cada vez menos caso de las preocupaciones ajenas. Es más, en su determinación de hacer callar a los que no están de acuerdo, corren el peligro de desoír los buenos consejos.

En este ambiente de acritud, hay quienes ponen en duda la pertinencia y la importancia de las Naciones Unidas.

Y sin embargo, para mí los recientes acontecimientos no hacen más que poner de relieve la necesidad de las Naciones Unidas. La acción colectiva es necesaria para detener la proliferación de armas de destrucción en masa y reconstruir las sociedades desmembradas.

De igual modo, la acción colectiva es necesaria para promover los derechos humanos y la democracia, poner freno al proceso de recalentamiento climático y a la destrucción del medio ambiente, y hacer que el VIH/SIDA empiece a retroceder, objetivo éste respecto del cual el Presidente Bush ha tomado algunas medidas alentadoras.

Los peligros son reales, y es necesario hacer frente a enemigos reales. Sin embargo, nuestro peor enemigo es quizás el miedo. Si dejamos que el miedo guíe nuestros actos, si sembramos las semillas de la división, perderemos muchos de los preciados logros del pasado medio siglo.

En cambio, si nos dejamos guiar por la confianza mutua y por nuestra determinación de vivir en un mundo regido por valores compartidos y reglas comunes, yo creo que podremos combatir las políticas del aislamiento y la desesperación que el terrorismo trata de imponer, y emplear la potencia colectiva de las naciones para derrotar a nuestros enemigos.

Evidentemente, el liderazgo es esencial. Los Estados Unidos son la única superpotencia subsistente. Este poder lleva aparejada una gran responsabilidad.

Yo siento que hay una aceptación internacional del liderazgo americano. Pero siento también que este liderazgo suscitará más admiración que resentimiento, y desde luego será más eficaz, si se ejerce en un marco multilateral, si está basado en el diálogo y en la construcción paciente de alianzas mediante la diplomacia, y si va encaminado a reforzar el imperio del derecho en los asuntos internacionales.

Estos son los principios mismos que cimientan las Naciones Unidas, gracias en parte a los Estados Unidos. Hoy día, cuando nuestro mundo globalizado se ha hecho tan pequeño, cuando los pueblos de lugares remotos sienten las consecuencias de las acciones de los poderosos, y cuando los extremistas amenazan la paz tratando de hacernos volver a un pasado sin ley, son más importantes que nunca.

Queridos amigos,

En 1945 los Estados Unidos llevaron la iniciativa en un acto de creación. Este acto nos dio una institución que hemos de cuidar, y una razón de esperanza.

Las Naciones Unidas no son perfectas, pero son inestimables. Es más, son indispensables para la seguridad y el progreso de todas las naciones, incluida ésta en la que estamos ahora.

Utilicémoslas, y hagamos que funcionen mejor. Si así hacemos, yo creo que las fuerzas de la ley, la libertad y la paz serán mucho más poderosas que las fuerzas de la guerra, la tiranía y el terrorismo.

Yo creo que nosotros podemos ofrecer a hombres y mujeres, a ricos y pobres, en naciones grandes y pequeñas, un futuro de esperanza.

Muchas gracias.