17 de julio de 2020

Cuando Nelson Mandela fue juzgado en 1962 por abandonar el país de manera ilegal e incitar a la huelga a los trabajadores, se vistió con el traje tradicional tembu, rechazó la representación letrada y argumentó que era un hombre negro en un tribunal de hombres blancos. Sin dejar de insistir en la falta de legitimidad del proceso, empleó esa plataforma para amplificar la voz de un movimiento en lugar de para defenderse a sí mismo. Estaba seguro de que la supremacía blanca era un sistema y que su lucha consistía, por encima de todo, en desmantelarlo. Quince años después, Mandela escribió desde prisión una larga reflexión sobre el Movimiento de Conciencia Negra, en el transcurso del cual afirmó que aquellos que ayudan a perpetuar la supremacía blanca son los enemigos del pueblo, incluso aunque sean negros, mientras que aquellos que se oponen a todas las formas de racismo forman parte del pueblo, sea cual sea su color1.

En 1997, mientras ejercía como Presidente de una nueva Sudáfrica democrática y se enfrentaba a la resiliencia del Apartheid y los patrones coloniales, Mandela afirmó que no habíamos caído del cielo en esta nueva Sudáfrica, sino que todos habíamos llegado arrastrándonos por el barro de un pasado marcado por una profunda división racial y que, a medida que avanzábamos hacia ese futuro mejor y nos caíamos por el camino, teníamos el deber de levantar al otro y de limpiarnos los unos a los otros2.

Con esta afirmación señalaba que los sistemas opresores no se manifiestan exclusivamente a través de instrumentos oficiales de poder, y advertía de que los pasados opresores perdurarán a menos que se lidie con ellos de manera consciente y sin descanso.

En los Estados Unidos de América, la esclavitud perdura a través de las prácticas policiales predictivas con sesgo racial, el encarcelamiento en masa de hombres afroamericanos, el asesinato de George Floyd y muchos otros a manos de agentes del orden a lo largo de los años o una vulnerabilidad desproporcionada de las comunidades afroamericanas frente a la COVID-19, entre otras muchas. La supremacía blanca sigue vigente en los Estados Unidos de América, pero también en Sudáfrica. El Apartheid perdura a través de la escasa importancia que conceden los representantes y las estructuras del Estado a las vidas negras, la intensificación de la desigualdad, el asesinato de Collins Khoza y de muchos otros a manos de agentes del orden o la tolerancia de una realidad en la que uno de cada cuatro niños negros de seis años padecen malnutrición y retrasos en el crecimiento, entre otras muchas. El racismo es ese aparato de poder que excluye y oprime de otras formas a los pueblos negros y a las personas de color. Se trata de un aparato que adopta múltiples formas; es fluido y flexible; está en todas partes y en ninguna en concreto; puede ejercerse de manera consciente o inconsciente; y, como Mandela argumentó, también puede ser perpetuado por los pueblos negros.

En numerosos sentidos, la sociedad sudafricana todavía sigue arrastrándose por el barro. El hecho de que el movimiento Black Lives Matter haya encontrado una intensa repercusión en numerosas partes del mundo tras el asesinato de George Floyd sugiere que no estamos solos. El barro es omnipresente. La supremacía blanca es un fenómeno mundial y se encuentra en vigor en cada una de las sociedades humanas. La tarea que nos ocupa consiste en reconocerla y en descubrir formas más efectivas de acabar con ella, todo ello mientras, parafraseando a Mandela, nos levantamos y nos limpiamos los unos a los otros.

No es ninguna casualidad que hace cinco años la Fundación Nelson Mandela identificase tres cuestiones cruciales e interrelacionadas en las que se debía centrar al esforzarse por poner en práctica el mandato de justicia social que Mandela emitió cuando se apartó de la vida pública: la pobreza y la desigualdad, el racismo y el ajuste de cuentas con el pasado. En todo caso, este imperativo se ha intensificado en los últimos cinco años. Hemos desarrollado importantes programas institucionales destinados a respaldar las tareas realizadas en cada una de estas esferas.

El programa transnacional Atlantic Fellows for Racial Equity, puesto en marcha en 2018 en colaboración con la Universidad de Columbia en Nueva York, es el catalizador insignia del proyecto antirracismo de la Fundación. Su objetivo global consiste en identificar estrategias más efectivas para acabar con el racismo, independientemente de la forma en que se manifieste y del lugar en el que se encuentre. En el marco de este programa emergente ya han aflorado dos lecciones clave: por un lado, la necesidad de desarrollar el liderazgo y, por otro lado, la medida en que aquellos que combaten el racismo presentan heridas profundas en sí mismos y continúan lastimándose en la lucha.

En 1995, Mandela tendió la mano a los sudafricanos blancos en un solemne gesto de reconciliación cuando apareció en la final de la Copa del Mundo de Rugby portando el emblema del springbok, el símbolo por antonomasia de la supremacía blanca. Se trata de un momento que todavía se conmemora como un gesto de reconciliación arriesgado, cuando Mandela, con la oposición de su propio partido, decidió promover el rugby, “el deporte del enemigo”, de la manera en que lo hizo. Ese año, Sudáfrica ganó la Copa del Mundo y Mandela creó una comisión de investigación para estudiar el racismo y la corrupción en el rugby sudafricano. Tuvo que ir más allá del simbolismo y concentrarse en la transformación del sistema.

Miembros del Consejo de la Fundacíon Nelson Mandela, con Madiba. ©Nelson Mandela Foundation-Debbie Yazbek

Dos años después, en lugar de recibir una reciprocidad estratégica y moralista por parte de los líderes blancos del rugby sudafricano, Mandela tuvo que comparecer ante un tribunal para someterse a un interrogatorio por parte de los abogados de ese sistema, el cual cuestionaba su decisión de crear la comisión de investigación. Ese momento resultó muy hiriente para Mandela. Tuvo que reunir fuerzas como líder cuando, en contra de lo que le aconsejaban, decidió comparecer personalmente ante el tribunal para testificar. Mandela decidió entrar en la batalla en lugar de enviar a sus representantes. Su ejemplo debería inspirarnos hoy a todos nosotros para que sigamos entrando en la lucha y metiéndonos en el barro de 2020. Es un largo camino y no osaremos posponerlo.

Notas

1 Nelson R. Mandela, "Whither the Black Consciousness Movement? An Assessment", en Reflections in Prison: Voices from the South African Liberation Struggle, Mac Maharaj, ed. (Amherst and Boston, University of Massachusetts Press, 2002), p. 40. También disponible en: https://omalley.nelsonmandela.org/omalley/index.php/site/q/03lv01538/04lv02009/05lv02010/06lv02013/07lv02015.htm.

2 Nelson R. Mandela, Presidente de Sudáfrica, "Address by President Nelson Mandela on receiving honorary degree from University of Pretoria", Pretoria, 4 de diciembre de 1997. Disponible en: http://www.mandela.gov.za/mandela_speeches/1997/971204_up.htm

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