10 de julio de 2023

En noviembre de 2022, la población mundial superó los 8.000 millones de personas, lo que supone un aumento de 1.000 millones con respecto a 2010. Este hito plantea importantes interrogantes acerca de los efectos de las actividades humanas sobre el planeta y su capacidad para sostener la vida de las personas y de otras especies.

Los efectos sobre el medio ambiente dependen del número de personas y de las actividades humanas

Los efectos de la humanidad sobre el medio ambiente del planeta dependen del número de habitantes, del nivel de consumo de cada persona y de la tecnología utilizada para lograr ese consumo. El impacto medioambiental solo puede reducirse modificando uno o varios de estos componentes.

El nivel de desarrollo y bienestar de que disfrutan actualmente muchos países de ingresos altos se ha logrado en gran medida gracias a patrones de consumo y producción que exigen importantes recursos y que no son sostenibles o no pueden reproducirse en todo el mundo. Con las tecnologías de que disponemos hoy, nuestro planeta ni siquiera podría sustentar de manera sostenible la población actual si el consumo medio mundial se equiparara a los niveles que registran los países de ingresos altos.

El daño medioambiental suele estar provocado por los procesos económicos que conducen a mayores niveles de vida. Esto ocurre especialmente cuando en las decisiones económicas sobre producción y consumo no se tienen en cuenta los costos totales, tanto sociales como medioambientales, como, por ejemplo, el daño que provoca la contaminación. El crecimiento de la población intensifica dichas presiones al incrementar la demanda económica total.

La creciente demanda de alimentos ilustra la compleja relación entre el crecimiento de la población y el medio ambiente. El tamaño de la población siempre ha sido un factor importante que impulsa la demanda total de alimentos. Por suerte, la producción alimentaria mundial lleva varias décadas creciendo más rápidamente que la población. Actualmente, la producción mundial de alimentos es suficiente para cubrir las necesidades de toda la población. Sin embargo, el hambre, la malnutrición y la inseguridad alimentaria siguen siendo problemas importantes, debido, sobre todo, a las deficiencias en la distribución y a un acceso desigual.

Aunque el crecimiento de la población influye de manera significativa en el aumento de la demanda de alimentos, los cambios en la cantidad y el tipo de comida que se consume también tienen una repercusión importante. El incremento de los ingresos netos ha contribuido a un cambio en las dietas para incluir más calorías y alimentos más variados que requieren mayores recursos para producir. Estos cambios han provocado efectos medioambientales negativos en términos de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), pérdida de biodiversidad y contaminación del agua y el suelo.

Para acabar con el hambre y solucionar la inseguridad alimentaria será necesario un enfoque integral que se centre en un aumento sostenible de la productividad agrícola, una reducción de la pérdida y los desperdicios de alimentos y un refuerzo de las cadenas de suministro y las infraestructuras del sistema alimentario. Adoptar unas dietas más saludables y sostenibles a base de vegetales puede contribuir sustancialmente a reducir el daño medioambiental que provoca el actual sistema alimentario mundial, que representa entre una cuarta parte y un tercio de las emisiones totales de GEI. 

Crecimiento del consumo en los países ricos frente a crecimiento de la población en los países pobres

Cada vez es más evidente que las actividades humanas están provocando el cambio climático. La quema de combustibles fósiles, que han proporcionado la mayor parte de la energía necesaria para el desarrollo económico, provoca emisiones de GEI, principalmente en forma de dióxido de carbono (CO₂). De hecho, existe una relación casi lineal entre las emisiones antropogénicas acumuladas de CO₂ y el aumento que registran las temperaturas medias.

El crecimiento de la población es uno de los principales factores que contribuyen al aumento de las emisiones. No obstante, cabe señalar que, hasta ahora, los países que emiten las mayores cantidades de GEI per cápita no son los que tienen ingresos promedios bajos y una población que crece con rapidez, sino aquellos con ingresos promedios elevados donde la población crece lentamente, si es que lo hace.

En 2021, los países con ingresos altos y medianos altos, que conjuntamente representan el 48 por ciento de la población mundial, eran responsables de alrededor del 82 por ciento del CO₂ que se añadía a la atmósfera cada año (figura B a continuación). Hasta ahora, la contribución a dichas emisiones de los países con ingresos bajos y medianos bajos, donde se prevé que más aumente la población en el futuro, ha sido significativamente inferior, tanto en total (figura A anterior) como per cápita (figura C a continuación).

En las próximas décadas, a medida que la tasa de crecimiento de la población mundial siga disminuyendo, se prevé que el cambio demográfico contribuya cada vez menos al incremento de las emisiones de GEI. Sin embargo, las tendencias relativas al PIB per cápita, la eficiencia energética y la intensidad de carbono adquirirán una importancia creciente. 

La sostenibilidad pasa por mitigar el daño medioambiental que provocan las actividades humanas

Uno de los principales retos para el futuro es el hecho que para desarrollarse económicamente y alcanzar los objetivos y metas de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, los países de ingresos bajos y medianos bajos  deberán incrementar sustancialmente su consumo energético. Para acabar con la pobreza y el hambre, y garantizar que todas las personas puedan disfrutar de una vida larga y saludable, así como tener acceso a una educación de calidad y a un trabajo decente, las economías de los países de ingresos bajos y medianos bajos deberán crecer mucho más rápido que sus poblaciones, y dicho crecimiento exigirá un incremento muy significativo de las inversiones en infraestructuras y un mayor acceso a energía asequible y tecnologías modernas en todos los sectores.

Este crecimiento acelerado solo se conseguirá si dichos países reciben la asistencia financiera y técnica necesaria para garantizar la expansión de sus economías a la vez que se mejora la resiliencia y el desarrollo de su capacidad para mitigar las causas del cambio climático y adaptarse a sus efectos. Es esencial garantizar que su futuro crecimiento económico se apoye en fuentes de energía limpia, en lugar de caer en la excesiva dependencia de la energía derivada de combustibles fósiles, la causa principal de la actual crisis climática.

Con la Agenda 2030, los gobiernos convinieron en la importancia de avanzar hacia patrones de consumo y producción sostenibles, un proceso en el que los países desarrollados deberán tomar la delantera y que beneficiará a todas las naciones del mundo. Los países más ricos son los principales responsables de la transición rápida hacia las cero emisiones netas y la aplicación de estrategias para desligar la actividad económica humana de la degradación medioambiental. 
Las tendencias demográficas son relativamente predecibles y difíciles de cambiar

En las próximas décadas se prevé que la población mundial siga creciendo, aunque a una velocidad progresivamente menor. Las proyecciones que maneja Naciones Unidas señalan que la población mundial podría aumentar hasta alrededor de 10.400 millones en la década de los 80 de este siglo; a partir de entonces, podría comenzar a estabilizarse o iniciar un descenso gradual.

Se pueden elaborar proyecciones fiables de la población mundial para los próximos 30 años, dado que la mayoría de las personas que estarán vivas ya han nacido. A escala mundial, lo que determinará el aumento de la población será principalmente la dinámica de crecimiento de años anteriores. Sin embargo, una vez transcurridas esas tres décadas, la tendencia del tamaño de la población mundial dependerá cada vez más de la trayectoria que siga la mortalidad y la fecundidad. Por ende, aunque la reducción de la fecundidad en los próximos años podría influir escasamente en las tendencias mundiales hasta 2050, dichos cambios pueden tener importantes consecuencias para el tamaño de la población mundial en la segunda mitad del siglo, ya que los efectos de la fecundidad se acumulan de una generación a otra.

Si bien es improbable que los cambios en la fecundidad influyan sustancialmente en las tendencias demográficas a escala mundial en los próximos 30 años, los efectos a corto plazo de una reducción de la fecundidad pueden ser más significativos en el caso de los países que actualmente tienen niveles de fecundidad relativamente elevados. Para estos países existe más incertidumbre en lo que se refiere a las tendencias demográficas futuras y mayor potencial de desaceleración del crecimiento poblacional mediante una reducción de la fecundidad. En estos casos, un descenso sostenido de los niveles de fecundidad no solo ralentizaría el crecimiento de la población total a corto plazo, sino que además tendría una importante incidencia inmediata sobre la distribución de la población por edades. El efecto sería una reducción de la proporción de niños en la población, lo que permitiría incrementar la inversión por niño en sanidad, educación y otros servicios esenciales.

La transición demográfica es una parte fundamental del desarrollo sostenible

Alcanzar los objetivos y las metas de la Agenda 2030, especialmente en materia de salud reproductiva, educación e igualdad de género, puede ayudar a acelerar la transición demográfica hacia vidas más longevas y familias más reducidas, en parte porque las personas tendrían la capacidad de tomar decisiones críticas sobre crear una familia y la procreación. Sin embargo, sigue habiendo millones de personas en todo el mundo, principalmente en países de ingresos bajos y medianos bajos, que no tienen acceso a la información y los servicios necesarios para decidir si desean tener hijos y cuándo tenerlos.

Por tanto, garantizar que las personas, especialmente las mujeres, puedan decidir qué número de hijos desean tener y el momento en que desean que estos nazcan puede mejorar sustancialmente el bienestar y ayudar a romper con los ciclos intergeneracionales de la pobreza. Más allá de favorecer un descenso de la fecundidad, un mayor acceso a la salud reproductiva, que incluya métodos eficaces de planificación familiar, puede acelerar el desarrollo socioeconómico de los países.

Se necesitan medidas de mayor calado para reducir las necesidades de planificación familiar no atendidas, elevar la edad mínima legal para contraer matrimonio, integrar programas de planificación familiar y de maternidad sin riesgo en la atención primaria de salud, y mejorar las oportunidades educativas y de empleo de las mujeres. Los avances en estos ámbitos facilitarán un descenso más rápido de la fecundidad en los países con ingresos bajos. Con políticas adecuadas, unos niveles más bajos de fecundidad permitirán a estos países obtener dividendos demográficos —en forma de un crecimiento económico per cápita más rápido— gracias a una mayor concentración de población en edad laboral.

En última instancia, la salud planetaria y la sostenibilidad de nuestro sistema económico dependerán de las decisiones demográficas, económicas y medioambientales que tomemos. Cada una de estas dimensiones es importante y puede agravar o mitigar el efecto de las demás. Pero no es necesario elegir entre ellas. Podemos mejorar nuestras perspectivas para lograr un futuro sostenible reduciendo nuestra dependencia de los combustibles fósiles; alejándonos de unos patrones de consumo y producción insostenibles; garantizando el acceso a una educación de calidad, a la salud y al trabajo decente; promoviendo la igualdad de género, y garantizando que las personas que deseen tener familias más reducidas o posponer la maternidad puedan hacerlo.  

 

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