27 de enero de 2023

La Ceremonia Conmemorativa del Holocausto de las Naciones Unidas marca el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto. El Salón de la Asamblea General es el escenario de este solemne acto, que tiene la importante función de señalar a la comunidad internacional la transcendencia de aquel genocidio. Este año, el Programa de Divulgación sobre el Holocausto y las Naciones Unidas analizará de qué modo las víctimas cambiaron su idea de hogar y pertenencia. Se trata de un tema extraordinariamente pertinente en un mundo con más de 100 millones de refugiados y desplazados forzosos. Es un honor para mí haber sido invitada a exponer las siguientes reflexiones en la Ceremonia Conmemorativa anual del 27 de enero de 2023.

Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, Maria Elsner, su madre y su hermana caminaron y viajaron en tren sin billete desde Strasshof (Austria), donde habían sido trabajadoras esclavas, hasta su ciudad natal en Hungría. Estaban convencidas de que el Sr. Elsner había sobrevivido. "No solo no estaba papá, sino que la casa se encontraba totalmente vacía", recuerda María. "Ni una cama, ni una mesa, ni una silla, nada. . .  Ese fue nuestro regreso a casa. . .   Allí estábamos; mamá ante las ruinas de su vida. Imaginábamos que al regresar volveríamos a nuestras antiguas vidas. Pero jamás recuperamos nuestras vidas anteriores. . .   Y no teníamos nada".1

¿A dónde y a quién pertenecían los supervivientes del Holocausto? Durante toda la época nazi, los judíos conservaron la esperanza de que sus familias se reunirían. Suponían que, cuando cayera el Tercer Reich, se restablecerían las viejas estructuras y certezas. Sin embargo, terminaron descubriendo que estaban equivocados. Regresaron a la nada; su sufrimiento no terminó, simplemente adoptó una nueva forma. 

Maria Elsner regresó con la esperanza de reunirse con su padre. Cuando Lena Jedwab volvió a su Polonia natal, ya no albergaba esa esperanza. Nacida en Bialystok, Lena se unió a la organización juvenil comunista cuando los soviéticos ocuparon su ciudad en 1939. El ataque de Alemania a la Unión Soviética en junio de 1941 la sorprendió trabajando como monitora en un campamento de verano de los Jóvenes Pioneros, que fue evacuado a la República Soviética Autónoma de Udmurtia. Tal y como contaba en su diario, sus días pasaban "con una pena interminable y añorando su hogar". "¿Acaso un catre en un dormitorio comunitario es un hogar?", se preguntaba. ¡No! Mi hogar está allí, al otro lado del frente, en Bialystok".2

Se amoldó, se adaptó, se conformó. Sin embargo, permaneció aislada. "Nadie se preocupa por mí, ni piensa en mí", se lamentaba en septiembre de 1943. "Nunca jamás tendré un hogar".3

Lena escribió a su familia en Bialystok inmediatamente después de la liberación de la ciudad. Sin embargo, recibió noticias devastadoras como respuesta. "6 de septiembre de 1944. El dolor de la espera ha dado paso a un dolor mayor: las numerosas cartas que envié a Bialystok han sido devueltas con la anotación de que los destinatarios están ausentes. El horror es evidente: todos han muerto". Puesto que nada ni nadie la esperaba en su país, Lena permaneció en la Unión Soviética hasta que los ataques contra los judíos la obligaron a buscar mayor seguridad en Lodz, pero no la encontró y tuvo que huir de nuevo. En agosto de 1948 cruzó clandestinamente la frontera polaca y se dirigió a París.4

Los supervivientes se enfrentaron a dificultades tanto económicas como emocionales. La situación de Hanna-Ruth Klopstock, una niña judía alemana enviada a Francia, reflejaba las condiciones económicas de posguerra de muchos judíos europeos, una situación que impedía formar un hogar o adquirir un sentimiento de pertenencia. Hanna-Ruth, la única superviviente de su núcleo familiar, permaneció en Francia después de la guerra. Embarazada en 1946, aceptó un trabajo en un orfanato judío para poder mantener a su bebé, Gisela. En 1954, Hanna-Ruth escribió: "Lamentablemente, las condiciones en las que me encuentro no me facilitan la vida. . . . ¿Quién iba a pensar en 1944 [con la Liberación] que en 1954 estaríamos así?". La vivienda estaba fuera de su alcance, así que subalquiló una pequeña habitación en un apartamento.5 Dos años después, Hanna-Ruth comenzó a trabajar como cocinera en una escuela de formación profesional, obligada a vivir separada de Gisela. "Todavía no tenemos casa. Ella está en un orfanato cerca de París". Madre e hija se veían todos los domingos.6

Sin embargo, los apuros que padecía Hanna-Ruth no eran ninguna excepción. De los 40.000 refugiados judíos que había en Francia en 1940, alrededor de 8.000 lograron sobrevivir a la guerra en ese país. Las personas en edad de trabajar y las personas de edad no tenían absolutamente nada: ni ropa, ni sábanas, ni posesiones personales, ni vivienda. A las personas que tenían apartamentos o casas cuando comenzó la invasión alemana no se les permitió recuperarlos en 1945 y, debido a la escasez crónica de viviendas en la posguerra, el único alojamiento que podían conseguir eran habitaciones de hotel, que normalmente absorbían la mitad de sus escasos ingresos. Además, muchos refugiados eran personas mayores, marcadas por la experiencia de la traición del Estado francés. No reclamaban las ayudas a las que tenían derecho por temor a ser expulsados por vivir del dinero público.7

A los judíos que habían huido a Gran Bretaña no les fue mucho mejor. Se habían librado de la persecución y la mayoría había obtenido la naturalización, por lo que su situación jurídica era estable. Sin embargo, sus circunstancias seguían siendo de marginalidad. Tal y como señaló en 1955 un líder de la comunidad de refugiados judíos alemanes en Gran Bretaña, "aunque la mayoría tiene trabajo, sus ingresos no son suficientes para permitirles ahorrar". Habían perdido el dinero que habían ganado en Alemania, y los sueldos que ganaban Gran Bretaña no les permitían recuperarse económicamente.  "Solo muy pocos de ellos pueden pensar en jubilarse y temen el día en que un problema de salud les obligue a abandonar sus trabajos".8 Como todos los supervivientes en cualquier parte del mundo, tenían poca familia a la que acudir en busca de ayuda. Esas redes básicas de asistencia y cuidados mutuos habían sido destruidas. 

Los supervivientes de más edad perdieron sus profesiones, y muchos jóvenes se sintieron decepcionados por las oportunidades que les ofrecía un mundo de posguerra. La historia de Marianka Zadikow refleja esta situación. Marianka y sus padres fueron deportados a Theresienstadt, donde murió su progenitor. Ella y su madre sobrevivieron y regresaron a Praga. La familia, la comunidad judía y la identidad nacional quedaron destruidas. "Estuve muy cerca del suicidio en 1945. La guerra había terminado. Estábamos en Praga, donde no veías más que ventanas vacías de gente que estaba muerta".9

Marianka emigró en calidad de persona desplazada a Estados Unidos en 1947. Esperaba recibir una educación, pero tal y como contaba, nunca tuvo otra oportunidad de ir a la escuela. Se casó y tuvo dos hijas. Su familia enriqueció su vida. Aun así, "algunos sabemos que en otras circunstancias nos habría ido mejor". Ella y su marido tenían una granja de pollos. "Todo lo que hacía era encargarme de los pollos. Durante 17 años no tuve contacto con otras personas". Tras la muerte de su marido, Marianka, la persona que había encendido fogatas y limpiado retretes en Theresienstadt, comenzó a trabajar de conserje en escuelas públicas. "En los 11 años siguientes, tampoco pude relacionarme con nadie porque me dedicaba a limpiar las aulas, los baños y a tirar la basura, trabajos en los que no tenía contacto con absolutamente nadie".

La historia de los supervivientes del Holocausto se resiste a un desenlace triunfalista. Sobrevivieron, siguieron adelante, se buscaron la vida, pero también perdieron sus hogares, su lengua, sus familias, sus raíces y su sentido de pertenencia . La suya es una historia forjada por la resistencia y la adaptación, y marcada por la pérdida y la constante soledad. Fueron vidas constructivas. Vidas un tanto apartadas. Jamás volvieron a sentirse como en casa. 

Notas

1Maria Ember, historia oral narrada por la autora, París, 28 y 31 de mayo de 1987.

2Lena Jedwab Rozenberg, Girl with Two Landscapes: The Wartime Diary of Lena Jedwab, 1941-1945 (Nueva York y Londres: Holmes & Meier, 2002).

3Ibid.

4Ibid.

5Carta de Hanna-Ruth Klopstock a Elisabeth Luz, 24 de agosto de 1954, autor de la colección. [Carta n.º 368b]

6Carta de Hanna-Ruth Klopstock a Elisabeth Luz, 7 de diciembre de 1954, autor de la colección. [Carta n.º 370]

7C.L. Lang, “Second Start in France,” en: Association of Jewish Refugees in Great Britain, ed., Dispersion and Resettlement: The Story of the Jews from Central Europe (Londres: Association of Jewish Refugees in Great Britain, 1955).

8Werner Rosenstock, “Between the Continents,” en: Dispersion and Resettlement.

9Mariánka May-Zadikow, historia oral narrada por la autora, New Paltz, N.Y., 8-9 de noviembre de 2000.

 

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