El sábado tuve el orgullo de acompañar al Primer Ministro del Japón, Fumio Kishida, y al pueblo de Hiroshima en la ceremonia de conmemoración de una catástrofe sin precedentes.
El sábado tuve el orgullo de acompañar al Primer Ministro del Japón, Fumio Kishida, y al pueblo de Hiroshima en la ceremonia de conmemoración de una catástrofe sin precedentes.
Mientras el mundo avanza hacia la celebración del Día Internacional de la Mujer, el reloj de los derechos de las mujeres retrocede. Y todos y todas estamos pagando el precio.
Nos encontramos en tiempos preocupantes. La crisis climática, las ostensibles desigualdades, los conflictos sangrientos, las transgresiones de los derechos humanos y la devastación individual y económica que ha traído consigo la pandemia de COVID-19 han creado en nuestro mundo más tensiones de las que he visto en toda mi vida.
Desde que comenzó la pandemia de COVID-19, no hemos cesado de oír hablar de la solidaridad mundial. Lamentablemente, las palabras por sí solas no acabarán con la pandemia, ni disminuirán el impacto de la crisis climática.
Al mismo tiempo que el mundo lidia de manera desigual con los efectos de la COVID-19, hay otra pandemia igualmente horrorosa que viene poniendo en peligro a la mitad de la población mundial.
Ha llegado el momento, en este año crucial para la humanidad, de emprender una acción climática enérgica.
La conclusión de la ciencia, aceptada mundialmente, es irrefutable: para evitar que la crisis climática se convierta en una catástrofe permanente, debemos limitar el calentamiento global a 1,5 grados centígrados.
Ahora que el mundo conmemora el Día Internacional de la Mujer en medio de una pandemia que afecta a todo el mundo, se perfila claramente una cruda realidad: la crisis de la COVID-19 tiene rostro de mujer.
Mientras el mundo celebra el quinto aniversario de la aprobación del histórico Acuerdo de París sobre el cambio climático, se está forjando un prometedor movimiento en pro de la neutralidad en carbono.